Nuestro afán y curiosidad por conocer dónde nos encontramos
y buscar nuestra posición en el Cosmos ha sido desde siempre una prueba
a superar. Ha sido un largo camino que en ocasiones nos ha colocado en
lugares equivocados, casi siempre motivado por ideas que no tienen nada
que ver con la ciencia. Por ello, nuestra inquietud para conocer el
lugar en el Universo donde nos hallamos ha fracasado de manera
estrepitosa, pero a pesar de ello, parece que comenzamos a ver el camino
correcto.
Para emprender el largo sendero que nos ha llevado a casi
entender dónde nos encontramos, hay que partir desde muy atrás en el
tiempo. Primero tuvimos que aprender a conocer qué era nuestro planeta;
¿un mundo plano o tal vez una esfera? Casi todas las civilizaciones
pensaron que nos encontrábamos en un mundo plano y que al llegar a su
final caeríamos al abismo. En realidad existía pánico en llegar al
supuesto final de los océanos y caer, quién sabe dónde.
La Tierra es redonda.
Pitágoras (582 a. C.-507 a. C.), piensa que la Tierra es una esfera,
porque es la figura geométrica más perfecta, pero no tiene forma de
demostrarlo.
Para ello habría que esperar a Eratóstenes
(Cirene, 276 a. C.-Alejandría, 194 a. C.). En la ciudad de Siena, ahora
Asuán, notó que en el solsticio de verano, cuando el Sol está en todo
lo alto, los objetos verticales no proyectaban sombras, pero en
Alejandría sí lo hacía, con un ángulo de 7o 12’ con respecto a Siena.
Como conocía la distancia entre ambas ciudades, era fácil averiguar la
circunferencia de la Tierra. Una regla de tres nos determina la
circunferencia de la Tierra: si entre ambas ciudades hay X km y tienen
una diferencia de 7o 12’, en 360º habrá X km. Bien, el resultado fue de
39.614,4 km, frente a los admitidos actualmente de 40.008, es decir, lo
clavó, y a partir de aquí no había dudas de que la Tierra era una
esfera.
De forma empírica se comprueba con el viaje alrededor de la
Tierra de Magallanes y Elcano,
finalizado en 1522. Hasta 1961 no vería el hombre por primera vez la
redondez de la Tierra desde el espacio, gracias al cosmonauta soviético Yuri Gagarin.
La Tierra es el centro del Sistema Solar. Pero el hecho de
conocer la esfericidad de la Tierra no nos acercaba a nuestra posición
en el Sistema Solar. El astrónomo y geógrafo Claudio Ptolomeo (85 d.C.-165 d.C.) publicó en el siglo II su obra maestra; ‘Almagesto’, en el que decide colocar a la Tierra como centro del Sistema Solar. Esta
idea perduró en el tiempo unos 1.400 años, hasta el 1543. ¡1.400 años
perdidos! Es una de las grandes ideas equivocadas que más ha perdurado
en el tiempo, aunque Aristóteles (384 a. C.-322 a. C.) ya enseñaba este
peculiar pensamiento, aun sabiendo que había pruebas en contra, como que
Mercurio y Venus nunca se separan mucho del Sol, por lo tanto giran
alrededor de él y no de la Tierra. En fin, teníamos que ser el centro de
todo, aunque no somos de nada, como seguiremos viendo.
Ahora la Tierra no es el centro del Sistema Solar.
Oficialmente, es Copérnico quien sitúa al Sol en el centro del Sistema Solar, aunque esta idea probada llega desde muy atrás en el tiempo y procede de Aristarco de Samos
(310-230 a. C.). La obra de Copérnico ‘De
revolutionibusorbiumcoelestium’, sobre el Heliocentrismo (el Sol en el
centro del Sistema Solar), es publicada en 1543. Así pues, para
situarnos un poco, sabemos que oficialmente la Tierra no es el centro
del Sistema Solar. Hemos quedado desplazados.
Tampoco somos el centro de la Vía Láctea.
Damos un paso de gigante para saltar a nuestra Galaxia, la Vía Láctea.
Por comparación, nuestra galaxia es como una inmensa playa y nuestro
sistema solar sería sólo un grano de arena, el resto de los granos son
otras estrellas. Nuestra Galaxia es una isla en el Universo, con cien
mil millones de estrellas. Pero existen al menos otras cien mil millones
de galaxias similares. La Vía Láctea es como un disco de música, plano y
con brazos espirales, con un abultamiento central o bulbo. Tiene unas
dimensiones de 100.000 años luz (un año luz equivale a 9,6 billones de
km.). Estas cifras marean, pero aún no nos hemos alejado mucho en el
Universo. Un rayo de luz tardaría en alcanzar la otra punta de la
galaxia 100.000 años viajando a 300.000 km/s. Esta es nuestra isla
cósmica.
A principios del siglo XX, el astrónomo Kaptein
comenzaba a dar el tamaño en cifras de la Vía Láctea, pero se quedó
corto en sus mediciones, aunque se empezaba a ver la luz, pero erró al
acercar el Sistema Solar al centro de la Vía Láctea. Craso error. El
astrónomo Harlow Shapley,
que trabajaba en el Observatorio de Monte Wilson, observó que la
mayoría de los cúmulos globulares, que son grupos esféricos de hasta un
millón de estrellas en apelotonada multitud y que giran alrededor de la
galaxia, lo hacían hacia el centro de ella, que es donde hay más fuerza
de gravedad al haber mayor concentración de estrellas. Esto indicaba que
el Sistema Solar estaba muy lejos del centro de la galaxia, a unos
30.000 años luz de él, casi en los suburbios de la Vía Láctea. Otra vez
quedamos desplazados.
El grupo Local de galaxias es un cúmulo de galaxias, las
más cercanas a la Vía Láctea, incluyendo ésta. Es un grupo de más de 50
miembros, de modo que la mayor de esas galaxias es la de Andrómeda,
el doble que la nuestra y con el doble de estrellas (200.000 millones).
La segunda en tamaño es la Vía Láctea, con más de 20 galaxias satélites
que giran a nuestro alrededor, siendo las más famosas las Nubes de
Magallanes, sólo visibles a simple vista desde el hemisferio sur. Dentro
de muchos años la galaxia de Andrómeda nos absorberá, así como al resto de galaxias del Grupo Local, creando una galaxia gigante.
El supercúmulo de Virgo
Unos 100 cúmulos de galaxias “próximas” como nuestro
cúmulo, el Grupo Local, conforman una macroestructura cósmica de 200
millones de años luz de diámetro, denominado el Supercúmulo de Virgo,
conteniendo más de mil galaxias. El Grupo Local gira alrededor del
centro del Supercúmulo de Virgo, que lo forma un cúmulo de galaxias
denominado el cúmulo de Virgo, pero lo hacemos en su periferia, a unos
60 millones de años-luz. Quien domina el núcleo de esta gigantesca
estructura, es la supergalaxia M 87,
una galaxia esférica que contiene un billón de estrellas y un tamaño
cinco veces mayor que la Vía Láctea. Dentro de muchos años nuestro destino será caer hacia aquella galaxia, al igual que todas las galaxias del Supercúmulo de Virgo.
Si no nos hemos perdido ante tal enormidad, continuamos. El
conjunto de los supercúmulos cercanos conforman otra inimaginable
megaestructura cósmica denominada el Hipercúmulo de Virgo. Éste se compone de algunas decenas de los supercúmulos de galaxias “cercanos”, entre ellos el supercúmulo de Virgo.
La Gran Muralla es
la segunda mayor estructura cósmica conocida. Se compone de algunos
hipercúmulos de galaxias, entre ellos el nuestro, el Hipercúmulo de
Virgo. La gran Muralla mide 500 millones de años luz de largo.
La Muralla de Sloan es
la mayor estructura conocida del Universo. Fue descubierta
recientemente, en 2003. Tiene una extensión inimaginable de 1.400
millones de años luz (1.400 millones multiplicado por 9,6 billones sería
el resultado del tamaño en km.). Otro de los grandes misterios del
Universo es el denominado Gran Atractor, una fuerza descomunal, que hace que miles de galaxias, incluida la nuestra, se dirijan hacia él.
El Universo es como una esponja,
tal vez redonda, que se hincha como un globo a cada momento que pasa.
En la superficie de ese globo existen cavidades como la esponja. Las
galaxias, los cúmulos de galaxias, los hipercúmulos y otras estructuras
mayores están pegados a las paredes de esas cavidades, dejando grandes
huecos, como si fueran espacios vacíos o pompas. Pero en esos huecos
habita la Materia Oscura,
materia que existe, pero que no se ve y se deja notar por su fuerza de
gravedad. En realidad sólo vemos el 10 por ciento de la materia del
Universo el resto es materia oscura. Mientras, el Universo se expande y
las galaxias, a nivel global se separan. Caben dos posibilidades futuras
para el Universo. Puede llegar un momento en que la expansión se frene y
caiga sobre sí mismo, volviendo a reunificarse toda la materia y
energía en un sólo punto, para volver a explotar en un proceso cíclico
infinito, pero puede que el Universo se expanda indefinidamente. Con el
tiempo, las estrellas se apagarán, las galaxias dejarán de existir y el
Universo desaparecerá, al menos el nuestro, aunque es probable que existan otros universos.
…y ante esta inmensidad cósmica, ¿dónde estamos?
Miguel Gilarte Fernández es director del Observatorio Astronómico de Almadén de la Plata y presidente de la Asociación Astronómica de España.