Ío, una de las lunas de Júpiter, deslumbra a los astrónomos por sus cambios continuos, sus monstruosas montañas y sus permanentes erupciones volcánicas
No estamos muy acostumbrados a ver colores más allá de la
Tierra, tal vez el amarillo del Sol y el triste gris de la Luna. Todas
las estrellas nos parecen blancas, aunque lejos de las grandes urbes se
muestran de colores; rojas, azules amarillas y blancas suelen ser los
más destacados. Los efímeros y escasos cometas que podemos contemplar a
simple vista son blancos con colas muy difusas y grisáceas.
Existe un mundo en el Sistema Solar que sólo lo podemos ver
con prismáticos como un punto blanco, muy cerca de Júpiter, pues se
trata de uno de sus satélites. Se trata de Ío,
algo mayor que nuestra Luna, destacado entre todos los cuerpos
importantes del Sistema Solar precisamente porque muestra una coloración
inusual. Multitud de colores tachonan su superficie; amarillos, rojos, blancos, naranjas, marrones, verdes, morados, azules…
Podríamos pensar que se trata de un lugar parecido a la
Tierra donde el azul correspondería al agua, el marrón a los
continentes, el verde a la vegetación, el naranja a las puestas y
salidas del Sol, y más. Pero nada más lejos de la realidad. En verdad se trata del mundo más activo de nuestro sistema planetario, mucho
más que la Tierra, más aún que las móviles nubes de los planetas
gigantes o los gigantescos géiseres de vapor de agua de la luna Encélado
de Saturno, todavía más que los géiseres de nitrógeno líquido de la
luna más fría del Sistema Solar, Tritón, satélite de Neptuno, con
temperaturas del orden de los 235º bajo cero. En 1979, la sonda espacial
Voyager 1, fotografió por primera vez una erupción volcánica fuera de
la Tierra, evidentemente en Ío. Desde entonces, las naves que han
sobrevolado Júpiter, han obtenido imágenes de permanentes erupciones volcánicas
Parece como si todos los dioses del Universo se hubieran
reunido para pintar la luna Ío. Antes de pasar por las proximidades de
Ío las primera naves espaciales, los científicos predijeron que debería
ser una luna muy especial, lo que estaba motivado por la presencia del
mayor de los planetas, Júpiter, y tres grandes lunas, Europa,
Ganímedes y Calixto. Ío queda atrapado entre la fuerza de gravedad de
Júpiter y de los otros tres satélites exteriores a Ío, es decir, queda
en medio de enormes fuerzas gravitatorias. Dichas fuerzas hacen que Ío se estire y se contraiga 100 metros,
lo que hace que el interior del satélite esté completamente fundido y a
altísimas temperaturas. Ocurre lo mismo cuando doblamos de un lado a
otro un metal flexible.
Más de 700 volcanes
El interior es una olla a presión.
De alguna forma tiene que expulsar el material fundido y lo hace a lo
grande. Los últimos descubrimientos científicos atribuyen el material
fundido al calentamiento de la astenosfera, una capa poco profunda de su
corteza. Debe de haber un gran océano de lava bajo la corteza de Ío.
Toda la superficie está repleta de enormes volcanes que ocupan más del
5% del total, los mayores del Sistema Solar que escupen dióxido de
azufre en ocasiones a casi 400 km de altura, y debido a la baja gravedad
de la luna, el material es eyectado con una fuerza inusitada al
espacio. Puede caer hacia Júpiter produciendo bellas auroras jovianas.
Ío es un mundo de rocas fundidas y gases venenosos, pero gracias a ello y
a sus más de 150 volcanes activos, podemos contemplar los colores más vistosas de nuestro Sistema Solar.
Las sondas Voyager, Galileo, Cassini y New Horizons comprobaron la
existencia de esos 150 volcanes activos, pero Ío cuenta con más de 700.
La visión de los alrededores de Ío en el ultravioleta es
impresionante, pues resplandece como el que más, debido a la gran
cantidad de iones que se acumulan en el exterior del satélite, motivado
por la magnetosfera de Júpiter, Ío se encuentra dentro de ella, lo que
provoca que salten los electrones de los átomos.
Ío es el único cuerpo del Sistema Solar que va renovando toda su superficie de forma continua.
Los científicos han calculado que cada millón de años, la superficie de
Ío ha experimentado una transformación en toda su extensión, porque ha
sido cubierta completamente de lava. Este proceso, en la mayoría de los
mundos del Sistema Solar, no existe. Por ejemplo, en nuestra Luna, gran
parte de su superficie sigue siendo prácticamente la misma desde hace
4.000 millones de años. No hay cambios porque es un mundo muerto.
Sería muy arriesgado dar una vuelta alrededor del satélite
andando por su superficie. Tendríamos que protegernos con trajes muy
especiales, parecidos a los que usan los investigadores en las
proximidades de los volcanes activos en la Tierra, y por su puesto de
una máscara antigás. No obstante, en nuestra vuelta alrededor del
satélite lo más probable que es nos veamos seriamente afectados por
alguna gran erupción volcánica.
Los volcanes de Ío son diferentes a los de la Tierra,
suelen ser grandes huecos en la superficie, mientras que en nuestro
planeta estamos acostumbrados a ver elevadas montañas.
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